Junio suele ser triste para Latinoamérica. Y esta vez no fue
la excepción. Las noticias dijeron que murieron en una masacre once campesinos
y ocho policías. Días después, el primer presidente de izquierdas en 60 años en
Paraguay, había sido depuesto. Es que las mismas tierras que Rivarola había
otorgado ilegalmente a la Industrial
Paraguaya, el dictador Alfredo Stroessner se las regaló a su
amigo el senador Blas N. Riquelme. La misma tierra en que se derramó la sangre
de miles para favorecer a la oligarquía yerbatera, en esa cuasi esclavitud que Rafael
Barrett en su célebre Lo que son los yerbales, hoy ve correr la sangre
campesina en pos de la oligarquía sojera, por un lado y la puesta en marcha de
un nuevo modelo productivo de algodón por el otro. Esa misma oligarquía capaz
de derrocar a un presidente elegido democráticamente en menos de dos días, sólo
busca garantizarse la renta de los negocios agropecuarios en detrimento de los
campesinos.
Si esto fuese un intento de periodismo similar al inaugurado
por Jorge Lanata en Periodismo Para Todos, podríamos concluir en que la sangre
de los campesinos paraguayos financia el déficit fiscal de los Estados Unidos.
Sin embargo, para intentar hacer una explicación seria de la situación
paraguaya, es necesario remontarse a los tiempos en que Mitre sometió al
hermano país en los tiempos de la infame guerra de la Triple Alianza. “El Estado
llegó al extremo de regalar 150 leguas a un personaje influyente. Fue aquella
una época interesante de arriendo de tierras y compra de agrimensores y de
jueces”, dice Barrett en Lo que son los yerbales. Las empresas más beneficiadas
por estos regalos fueron Matte Larangehira y La Industrial Paraguya.
Si alguien desea ahondar sobre el accionar de estas dos empresas, sólo tiene que
leer aquel informe de Barrett, que publiqué ayer.
Estas tierras, por millones fueron salvajemente
desforestadas en los últimos años en pos de la implantación de un modelo de
producción intensiva de soja que beneficia, además de la oligarquía
terrateniente paraguaya, a terratenientes y pooles de siembra argentinos y
brasileños.
Pero hay un beneficiario más, oculto detrás de toda la
trama: la soja transgénica, que llegó al Paraguay de la mano de los socios de
la poderosa Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (AAPRESID) y
de contrabando, benefició directamente a Monsanto, productor del Glifosato y de
la soja RR, tal como lo demuestra Marie Monique Robin, en su excelente El Mundo
Según Monsanto, misteriosamente desaparecido, a sólo dos semanas de su
publicación, de las librerías argentinas.
Pero no sólo de la soja transgénica vive Monsanto. La
variedad BT de su algodón es otra de sus armas que apunta directamente contra
la devastación de la selva paranaense y el arrinconamiento de los campesinos a
una situación de hambre y pobreza aún peor a la de la época de Barrett. Dice la
investigadora Javiera Rulli: “Desde el 2006 se ha denunciado públicamente la distribución de
semillas transgénicas de algodón en zonas de los departamentos de Itapúa y Paraguari.
Estudios preliminares realizados en el Instituto Agronómico Nacional (IAN)
detectaron contaminación transgénica de lotes semilleros de variedades
nacionales de algodón del orden del 27% (legalmente se acepta 1% de contaminación).
El viernes 11 de octubre de 2011, el ministerio de
Agricultura del Paraguay liberó finalmente la comercialización del algodón BT,
hecho que agudizó las protestas de los campesinos paraguayos, aunque estas
manifestaciones no se hayan publicado en los medios masivos. La liberación de
la comercialización, como sucede en la mayoría de los países se hizo sin tener
en cuenta todos los peligros para la vida que acarreaba la decisión.
Simplemente la agencia Reuters publicó: "Los resultados de los ensayos
regulados y el análisis de la evaluación de riesgo señalan que el evento MON531
no presenta riesgos significativos al ambiente, a la salud humana y animal y
con un rendimiento superior a su homólogo convencional". Nada decía del
impacto directo en el modo de vida campesino ni de la concentración abismal de
la tierra que esta decisión trae aparejada en el mediano plazo.
Tierras de sangre
En su documento final, publicado en 2008, la Comisión de Verdad y
Justicia del Paraguay, en su apartado que refiere a las tierras mal habidas,
adjudicadas desde 1954 a
1989 (período comprendido por la dictadura de Stroessner) y desde 1989 a 2003 (período de
gobierno del partido Colorado, al cuál pertenece Stroessner), concluye que en
el país fueron adjudicadas ilegalmente 8 millones de hectáreas de tierras.
En aquel lejano 1963, el estatuto agrario dictado por
Stroessner parecía un legado de buenas intenciones, destinado a redistribuir
aquellas tierras que habían llenado de sangre La Industrial Paraguaya
y la Matte Larangehira
y un grupo selecto de amigos del poder. Aquella ley 854, establecía que no
podría ser beneficiaria de aquella supuesta redistribución de tierras del
estado paraguaya ninguna persona que poseyera más de 100 hectáreas y que
no fuera paraguayo nativo. A su vez ninguna persona podía adquirir más de 100 hectáreas. Y
había dentro de los mecanismos de aquella ley espacios para la adjudicación de
tierras a pueblos originarios y grupos de campesinos (“si es que las tierras
alcanzaban”).
Y se ve que alcanzaron, porque el ex dictador nicaragüense,
Anastasio Somoza se vio beneficiado con la adjudicación de varios miles de
hectáreas. También el suertudo de Stroessner. Y hasta su esposa. Y por supuesto
el General Andrés Rodríguez, también presidente de facto paraguayo. Por
supuesto en el listado no podía faltar Roberto Knopfelmacher, titular durante
años de ACEPAR, la fábrica de aceros de Paraguay que tuvo un sobre costo de 200
millones de dólares en su construcción. Y que luego fue privatizada a manos de
Sergio Tasselli, que llevando adelante toda su ingeniería empresarial puesta ya
al servicio del estado argentino, la hizo, indefectiblemente quebrar.
Pero uno de los casos más emblemáticos de la adjudicación de
tierras estatales en Paraguay es la del eterno senador del partido Colorado
Blas N. Riquelme. Hacia 1975, cuando el señor Riquelme se encontraba inhibido
de comprar tierras estatales por ser ya propietario, el ex senador compró a
través de testaferros varios miles de hectáreas en la zona de Curuguaty, donde
hace unos días se produjeron los asesinatos de policías y campesinos.
Claro que no eran los primeros asesinatos que se producían
dentro de una finca del intocable senador Riquelme. En la página 202, del tomo
III del informe de la
Comisión de Verdad y Justicia, se hace referencia a los
testimonios en audiencia pública de Catalino Sosa y Cristino Sosa, integrantes
del pueblo Mby’a. Transcribo: “Otro caso
es el del ex senador Riquelme, Paso Romero, su propiedad, persiguió a los
indígenas y mató a dos indígenas, Porfirio Fariña, sacerdote y líder. No es amigo
de Lugo, pero no le interesa porque piensa que la solución está en la ley, en diputados
y senadores, para poder dar presupuesto a la salud, la educación y la compra de
tierra para indígenas, no
depende esto de Lugo.
Queremos, como dice la
Constitución Nacional y el Convenio 169, participación en
todas las instancias; esto no sucede; desde el año 1981 se niega a los indígenas
la presidencia del INDI, ni siquiera en otros lugares de decisión; ¿cómo pueden
decidir sobre los indígenas si no conocen la cultura indígena?”. Blas
Riquelme sigue siendo senador. Y es considerado un empresario exitoso.
Tranquilo, sojero
Pero, dentro de la clase dirigente exitosa del Paraguay hay
otro personaje que se hizo de campos de manera ilegal y cuyas propiedades
siguen siendo reclamadas por los campesinos. Decía de él el diario Clarín en
2004: “En los últimos
años, el área sembrada de soja en el Paraguay creció de 960.000 has. en 1996
hasta 1.936.000 en el 2004. Desde 1989, la producción total de la
oleaginosa se multiplicó por cuatro: de 1.070.116 toneladas producidas hace 15
años, se alcanzaron 4.518.015 toneladas el año pasado, con el 90% en siembra
directa”.
La productividad, que en promedio es de 2.700 kgs/ha, no para de crecer desde 1994, cuando empezaron a aplicarse las técnicas conservacionistas de labranza que llevó AAPRESID.
El "rey de la soja" de este país, Tranquilo Favero, que tiene sembradas más de 50.000 has. de soja en campos de los departamentos Alto Paraná y Amambay, asegura que "la producción per cápita de soja nos ubica primeros en el mundo, con unos 727 kilos de producción por habitante".
La productividad, que en promedio es de 2.700 kgs/ha, no para de crecer desde 1994, cuando empezaron a aplicarse las técnicas conservacionistas de labranza que llevó AAPRESID.
El "rey de la soja" de este país, Tranquilo Favero, que tiene sembradas más de 50.000 has. de soja en campos de los departamentos Alto Paraná y Amambay, asegura que "la producción per cápita de soja nos ubica primeros en el mundo, con unos 727 kilos de producción por habitante".
Según María Monique Robin, la soja transgénica de Monsanto,
prohibida por entonces en el Paraguay, entró de la mano de AAPRESID. Lo mismo
pasó en Brasil. De esa manera, aquella selva en la que vivían los indígenas;
aquella selva en la que morían los paraguayos de los yerbales, comenzó a morir
para siempre. Tranquilo Favero era su mascarón de proa. Detrás iban el resto de
la clase dirigente paraguaya y por supuesto los principales pools de siembra
argentinos, azuzados siempre por las inefables páginas del diario Clarín.
A veces sería necesario investigar la relación existente
entre Monsanto y Merryll Lynch, accionista directo del diario Clarín, quien no
sólo apoyo desde sus páginas la expansión sojera en la Argentina sino también
en Paraguay y Brasil. Pero quedará para otra oportunidad.
Es que, Tranquilo Favero, dueño de más de un millón de
hectáreas en el Paraguay no solamente reivindica a Stroessner diariamente.
También detesta a los carperos, campesinos paraguayos que le reclaman las 167
mil hectáreas de la zona de Ñanducay. El dirigente campesino Victoriano López,
detenido por liderar manifestaciones contra los terratenientes atribuye a la
recuperación de las tierras de Favero una cuestión de soberanía. Es que Favero
es considerado el primer Brasiguayo. Es decir, es parte de los 300 mil
brasileños afincados en Paraguay. Cuenta Favero que llego a Paraguay luego de
vender 50 hectáreas
en Brasil. Con ese dinero, en el Paraguay de Stroessner compró 5 mil. Los
carperos acampaban junto a sus campos desde febrero. Y allí estaban el día de
la matanza en las tierras cercanas de Blas N. Riquelme.
Paralelas argentinas
De todas maneras, como ya dijimos, las protestas tenían además otro punto importante
que, de alguna manera fue ocultado por la prensa y las clases dirigentes. La
liberación del algodón transgénico. Este modelo productivo, afecta directamente
a las familias campesinas, no sólo por la pérdida de biodiversidad y el
deterioro de los espacios productivos familiares sino directamente en la salud.
Ante la falta de control absoluto son innumerables las listas de muertes de
campesinos por la contaminación de los agrotóxicos.
Dice Javiera Rulli: “La fumigación se produce por lo general
en condiciones indebidas, tales como a altas temperaturas y en condiciones de
viento”. Una investigación citada por la autora dice que 78 por ciento de las
familias campesinas encuestadas informaron de algún problema de salud
ocasionado por las frecuentes fumigaciones, y el 63 por ciento de las mismas
dijo que las fumigaciones afectan siempre o casi siempre a las fuentes de agua
utilizadas para el consumo doméstico.
Estos son los datos. Lo demás ya fue contado. Las protestas
de los carperos (alrededor de 130 movimientos a lo largo y ancho del país)
recrudecieron con la autorización del algodón transgénico y comenzaron algunas
ocupaciones a la espera de que en algún momento se hiciera efectiva la promesa
de Fernando Lugo de una verdadera reforma agraria. O bien una distribución
justa de la cuarta parte del territorio paraguayo en manos de personajes que se
hicieron de ellas a través de procesos ilegales e ilegítimos apañados por el
Partido Colorado y la dictadura de Stroessner.
En ese marco, Monsanto redobló la apuesta y anunció que
saldría a la venta un algodón BT y RR, es decir, resistente al glifosato. Para
ese momento, los días de Lugo estaban contados.
Podría hacerse entonces un paralelismo entre lo que ocurrió
en la Argentina
en 2008, con la Resolución
125 y el caso paraguayo. Se podría decir que las muertes y el apriete a
campesinos de parte de terratenientes sojeros se da en todo el norte argentino
diariamente sin que esto le importe a los diarios. A veces parecería importarle
poco a nuestro gobierno, que hace sólo un par de meses junto a directivos de
Monsanto anunción una inversión por 300 millones de dólares para la instalación
de una planta productora de maíz transgénico en Córdoba.
En definitiva, las
muertes por intoxicación, los palos y los revólveres, como en tiempos de la Industrial Paraguaya,
siguen haciendo correr injustamente la sangre de los pobres. Hubo un gobierno
democrático que cayó. Nuestros diarios miran hacia un costado. Algunos
gobiernos no. Pero no suelen ver una parte de la realidad que apunta contra su
propio poder, en el corto plazo. Deberíamos abrir los ojos, antes de que todas
nuestras democracias caigan entre algodones dentro de las cárceles de Monsanto.