Leer El Mundo según Monsanto

Marie Monique Robin escribió este libro que denuncia hechos demasiado graves para la vida. En la Argentina desapareció de las librerías. Aquí tomo párrafos, como para poner en evidencia un problema que nos toca a todos. Demasiado de cerca.

domingo, 21 de febrero de 2016

Estética verde oscuro: las consecuencias políticas de la sojización argentina





El rey de la soja, Gustavo Grobocopatel se defínía como un sin tierra y sin capital, tal como si fuera un desposeído campesino brasileño durante una entrevista en el diario La Nación en 2007. Monsanto, principal responsable de la contaminación de tierras y aguas en el mundo y gestor del modelo de agricultura intensiva con base de soja en el informe de sus actividades que puede verse en su página web no utiliza una sola vez la palabra veneno. Aapresid, Asociación Argentina de productores en Siembra Directa, fue la responsable del contrabando de soja transgénica a Paraguay y a Brasil y del desmonte de millones de hectáreas en esos países. Mauricio Macri y su equipo de gobierno durante sus primeros tres meses de gestión nunca han hablado de despidos en el Estado. Grobocopatel dice que lo único que posee es capacidad para gerenciar. Monsanto apunta que la empresa busca ayudar a paliar el hambre en el mundo. Aapresid establece que su objetivo principal es la conservación del suelo. El gobierno de Macri insiste en que el eje de sus políticas es bajar la inflación y crea trabajo con el objetivo de llegar a la pobreza cero. Decenas de gerentes como Grobocopatel, con una trayectoria exitosa (?) en la actividad privada, ocupan los principales puestos de decisión. Es posible decir que las consecuencias políticas de 30 años de sojización en la Argentina han logrado establecer una estética con lógicas propias. Bienvenidos a la estética verde oscuro, un tiempo que viene desde hace tiempo pero que ha logrado en estos tres meses alcanzar su zenit.



Es posible afirmar que a lo largo de la historia de la humanidad ha habido miles de casos similares a los citados. Es decir eso de no llamar a las cosas por su nombre, a ocultar información con fines específicos. Claro que la historia de Monsanto está plagada de estos casos. “A modo de antecedente, los militares de EE.UU. utilizaron el agente naranja de 1961 a 1971 para salvar las vidas de soldados de EE.UU. y sus soldados aliados  deshojando la densa vegetación en las selvas de Vietnam y por lo tanto reduciendo las posibilidades de una emboscada.”, dice la página de su filial argentina de la empresa norteamericana hoy. Sin embargo, la utilización del agente naranja como parte de la guerra química de los Estados Unidos en aquel lejano oriente dejó según la Cruz Roja Vietnamita más de 400 mil personas muertas, 500 mil fetos con malformaciones y más de tres millones de personas afectadas. Estas cifras no tienen en cuenta los casi 300 mil soldados norteamericanos que sufrieron las mismas consecuencias. Sin embargo, el negocio de la guerra compra silencios y vidas. En 1984 la empresa fue condenada por un juzgado de Nueva York a pagar 180 millones de dólares en concepto de daños y perjuicios a ex combatientes norteamericanos en Vietnam y sus familiares. Las ganancias habían sido largamente superiores. El 16 de octubre próximo, cincuenta años después, Monsanto será juzgada por crímenes de lesa humanidad en el Tribunal de La Haya.



Agente naranja



El agente naranja estaba compuesto en un 50 por ciento por 24D y un 50 por ciento de 2,4,5-T (2,4,5-ácido triclorofenoxiacético), un elemento que contiene dioxina. Un nanogramo, es decir, la milésima parte de un gramo de dioxina puede matar o causar cáncer y muerte a un ser humano. Las consecuencias en Vietnam siguen siendo devastadoras, aún hoy. Sin embargo, el 24D aún se utiliza en países como la Argentina como parte del paquete tecnológico incluido entre las múltiples aplicaciones de agrotóxicos necesarias para lograr altos rindes de soja y otros productos transgénicos para el consumo humano.



Es posible que Crisitina Fernández de Kirchner utilizara la misma lógica simbólica que Monsanto, es decir lo que llamo estética verde oscuro, cuando en medio del conflicto por la apropiación del excendente generado por la producción de soja en 2008  espetó su famoso, “ese yuyito”, para referirse a la soja. Mirando en perspectiva, su gobierno se aprovechó del modelo extractivita, basado principalmente en la explotación intensiva de los recursos naturales, para generar poder y realizar una tibia inclusión social, que, a la vista de los procesos neoliberales anteriores pareció una verdadera panacea en medio de tierras arrasadas por décadas. Algo ocultaba su famosa frase sobre “el yuyito”: eran los pactos con las grandes multinacionales agroexportadoras en donde se garantizaban ganancias exorbitantes a cambio de que una buena porción de esas ganancias quedaran para el Estado que, en muchos casos, fueron utilizadas en procesos genuinos de reconstrucción del tejido social destrozado durante la década menemista y de la fallida gestión de la Alianza. Los supuestos grandes perdedores del modelo de sojización parecían ser los pequeños productores que pusieron sus pequeños tractores en las rutas junto a las grandes maquinarias utilizadas por los pools de siembra y sus otrora enemigos de la Sociedad Rural.



Externalidades



El modelo de producción de soja en la Argentina básicamente se implanta sobre dos pilares, la apropiación individual de una renta en muchos casos extraordinaria y, a su vez, la socialización de externalidades negativas. La naturalización de la propiedad privada del suelo y en, los últimos años, de las semillas no nos puede hacer olvidar que el suelo es una propiedad común de toda una sociedad que el Estado asigna bajo la forma de propiedad privada a algunas personas que, ya sea por su especialización productiva o por una cuestión de oportunismo histórico, pudieron hacerse de él. En el caso de la Argentina, el exterminio del indio en la zona pampeana fue financiado por un grupo de comerciantes y terratenientes que, como premio menor, se hicieron de grandes extensiones de tierra a precios irrisorios y que, como premio mayor, se convirtieron en la clase oligárquica que manejo por décadas los destinos políticos y económicos del país.



El Grito de Alcorta, en 1912 puso en vilo algunas cuestiones sobre la tenencia de la tierra. Así, con el correr del tiempo, miles de pequeños chacareros dejaron de arrendar a los grandes propietarios que habían financiado la campaña de Julio Argentino Roca, para apropiarse de la tierra y del excedente de las cosechas. Así nació la Federación Agraria Argentina, en aquel tiempo en abierta oposición a la Sociedad Rural, que representaba a los grande propietarios, a su vez, arrendatarios. Claro que el conflicto de 2008 los puso a todos del mismo lado.



Cuando Grobocopatel decía que no tenía ni capital, ni tierra, ni trabajo, no mentía. Tampoco decía la verdad. Estética verde oscuro. La lógica de los pools de siembra es simple: se arriendan grandes extensiones de campos en diversas zonas mitigando de esta manera el riesgo climático, se tercerizan las labores de siembra, laboreo y cosecha y se utilizan grandes cantidades de capital de cualquier origen a través de fideicomiso. Este proceso iniciado a mediados de los 90 bajo el impulso menemista, incluyó el arriendo de campos de miles de pequeños productores. Fueron los hijos de quienes arrendaban los campos para sembrar y apenas subsistir los que se convirtieron, con el nuevo sistema productivo, en arrendatarios y rentistas sin más ocupación aparente que dedicarse a cuidar el dinero que otros le proveían. Cuando el pequeño productor vio amenazada su renta por la histórica y fallida 125 se cambió rápidamente de vereda. Y como la memoria no es un bien social preciado en la Argentina Sociedad Rural y Federación Agraria se sentaron en la misma mesa. Y bebieron el mismo veneno.



La grieta



La llegada de los pools de siembra mutiló y llevó al olvido las antiguas formas de empleo en el corazón de la pampa húmeda argentina. Entre las “externalidades negativas” de un modelo que supuestamente trajo abundancia se encuentran la baja utilización de mano de obra. Así se perdieron miles de empleos relacionados con otras actividades agropecuarias que, con el arrendamiento de los campos, dejaron de realizarse. Los alambrados, otrora símbolo de la Argentina moderna, comenzaron a caerse, las aguadas y los molinos a romperse y todo aquello que significara inversiones de capital que no estuvieran acordes con el nuevo modelo productivo a dejarse simplemente de lado. Con el tiempo, los nuevos rentistas pasaron a depender directamente de sus nuevos amos los pools de siembra, ya  que la obsolescencia de todos los elementos que antes usaban para producir hizo que el costo de oportunidad para volver a ponerse en marcha se volviera cada vez más alto. Pero la renta aún funcionaba. Para los nuevos rentistas y para el Gobierno que por entonces había implementado la Asignación Universal por Hijo.



Paradójicamente esta medida de inclusión, que a todas luces trajo un poco de justicia en una sociedad donde esta palabra se usa y se interpreta con un grado de polisemia inigualable, en los pueblos del interior generó una contradicción y un encono entre dos nuevos grupos sociales muy difícil de zanjar. Según la visión de los nuevos rentistas de la soja, los pobres no trabajaban porque vivían de los planes. Estos planes eran financiados por la soja que se producía en sus tierras. Y eso era imperdonable. Lo que difícilmente se dijera era que ellos usufructuaban la tierra, pero tampoco ponían en juego su pellejo o su capital en labor alguna. Quizás, la dificultad de resolver esta contradicción fue la que puso fin al kirchenrismo. Claro que hubo una complicidad abierta de los grandes medios de comunicación que ponían a unos como los abanderados del trabajo y a otros como si encarnaran el espíritu que Sarmiento quiso darle al gaucho. El resultado fue que, con el abierto apoyo de la población de la pampa gringa, en los momentos en que los precios de la soja se desplomaron, se instauró un nuevo gobierno. Y, en una nueva paradoja, ese nuevo gobierno vino a profundizar la estética de la soja.



Estética verde oscuro



Razones no faltan. Entre los supuestas bases discursivas del gobierno de Mauricio Macri está el eterno (?) mito de la mano invisible y su confianza en las decisiones y voluntades individuales. ¿Es que no habían sido las voluntades individuales de los empresarios como Grobocopatel los que habían logrado el reverdecimiento de la Argentina? Incluso en apariencia habían logrado doblegar aquel espíritu contemplativo inmanente en la llanura que atrapaba incluso a los espíritus de los gringos y del que tanto hablaron Scalabrini Otiz o Martínez Estrada. Las ciudades de la llanura pampeana, volvieron a florecer. Retomaron su tinte europeo, tan valorado por las oligarquías nacionales, en algunos de sus  barrios. Externalidades como la desocupación en los pequeños pueblos, la contaminación ambiental, los riesgos para la salud o el empobrecimiento de los suelos quedaban bien lejos. Entonces mo podía haber un Rey Midas más venerado que aquel que hubiese logrado cambiar el uso del tiempo y desenmarañar las vicisitudes pampeanas. Un rey que con la tecnología de las multinacionales norteamericanas había logrado una especie de primarización del fordismo. Y el gobierno de Mauricio Macri vino a garantizar ese estado de cosas.



¿Yuyos o empleados?



Pero volvamos a la noción de yuyo. Según el INTA la palabra yuyo  proviene del quechua yuyu, que se utiliza como sinónimo de hortalizas-En el Perú, por ejemplo, se aplica a las hierbas tiernas y comestibles. Claro que la soja no es un yuyo, en el sentido de la definición sino más bien una leguminosa que se cultiva desde hace miles de años. La definición de yuyo, en el sentido que se le da en  la Argentina, tendría más que ver con lo que la agricultura occidental llama malezas. Y para la agricultura occidental son malezas todas aquellas especies biológicas que compiten con los ocho o diez cultivos ponderados y cultivados a lo largo y ancho del mundo y que no casualmente en los últimos cincuenta años se han convertido en nuestra base de alimentación sin importar historias o culturas.



La noción de maleza puede aplicársele a la quinoa, que aún hoy es combatida en muchos espacios de la llanura pampeana. Los españoles llegaron a cortar las manos de quien la cultivara porque le atribuían propiedades demoníacas. Base de la alimentación de los antiguos pueblos andinos, su revalorización aún camina en contra de prácticas culturales diezmadas y despreciadas por siglos. Es que la sesgada visión de la agricultura occidental, exacerbada por la producción intensiva de cereales, considera malezas a todo aquello que no sea cultivo. Es decir, considera malezas al 99 por ciento de los vegetales que crecen sobre la faz de la tierra. Y que como “malezas” son dignas de ser exterminadas. Los mejores aliados para el exterminio de esas malezas en las últimas cuatro o cinco décadas salieron de los laboratorios de multinacionales como Monsanto. Así, además de dominar el tiempo en los espacios rurales, con el nuevo modelo productivo se logró una uniformización del paisaje. Ya no hay “malezas” a la vista. La “inteligencia” y la “sabiduría” del hombre logró eliminarlas. Es el tiempo de la estética verde oscuro. Sólo soja. Miles de kilómetros sin bosques, sin malezas ni nada que se pueda interponer en nuestra “noble lucha” contra las profecías malthusianas. Poco importa que miles de esas supuestas malezas sean una posibilidad de diversificar nuestra alimentación. Es que en la eliminación de la soberanía alimentaria de cada uno de los pueblos del mundo está la peor, más flagrante y sutil de las dominaciones.



Amparado en las célebres profecías de Malthus, un embusteo disfrazado de gurú de la política latinoamericana llamado Jaime Durán Barba inventó una nueva utopía llamada “pobreza cero”. La nula elaboración científica del postulado cae por su propio peso con sólo pronunciar su nombre que refiere directamente a las políticas de “tolerancia cero” que Ruldoph Giulliani implementó en Nueva York para supuestamente luchar contra la violencia y el narcotráfico. Aquella teoría estaba emparentada con la vieja noción de la agricultura occidental de las malezas. No había que dejar que las malezas crecieran. Y malezas eran consideradas todas aquellas personas que no respondieran al patrón occidental y sobre todo norteamericano de la moral y de las buenas costumbres. Pero claro, se aplicaban sobre los hombres. Los distintos. La otredad. Después llegaron los Bush para extender la teoría propia del nazismo a todo el planeta.



Es imposible definir seriamente el concepto de pobreza cero y mucho menos llegar a ese ideal con  la aplicación de políticas responsables y de inclusión. Pero como slogan sirvió. La página de Monsanto en Argentina no utiliza la palabra veneno. Sin embargo a nadie en su sano juicio se le ocurriría tomar o comer cualquiera de los productos que la empresa ofrece para su aplicación en la agricultura.



La pobreza cero y la lucha contra la supuesta lucha contra la inflación sirvieron y sirven al gobierno de Mauricio Macri para ocultar sus verdaderos objetivos: aplicar un plan de reprimarización de la economía argentina basada en los principios del neoliberalismo. Mientras tanto, día a día, estos elementos elementos discursivos se conjugan con aquellos que hablan de la supuesta reconciliación nacional y las medidas para paliar la “tremenda herencia que dejó el kirchnerismo”. Su objetivo es ocultar el desguase masivo del Estado y las políticas neoliberales que arrasan con derechos sociales de la misma manera que las topadoras de los afiliados a Apresid lo hicieron con los bosques del norte argentino, del sur brasileño y de Paraguay bajo el supuesto de cuidar el suelo.



En menos de tres meses de la gestión Macri se cuentan por decenas de miles los despedidos en el Estado. Para ello se utiliza la misma lógica de la agricultura occidental en relación a las malezas. Primero se les da un nombre y se les atribuye una función negativa. En este caso se eligió llamarlos ñoquis. Entonces, en pos de la eficiencia en la gestión, bajar la inflación, lograr la pobreza cero y otras tantas frases vacías de contenido, se deja a miles de familias sin sustento económico. Total son malezas. O son vietnamitas. Que caigan algunos soldados propios son apenas externalidades previstas en una “guerra” contra la corrupción y la ineficiencia.



El buen CEO



La irrupción de los CEO (Chief Executive Officer o director ejecutivo) trajo nuevamente al centro de la escena a la eficiencia. Decenas de exgerentes de empresas multinacionales pasaron a ocupar cargos de importancia en la gestión del Estado. Ahora, cuales son según algunos sitios especializados las características de un buen CEO: tiene gran seguridad y control de sí mismo, ser tenaz, mejora continuamente, ser honesto y ético, debe pensar antes de hablar, ser original y modesto en público, aunque viene bien ser “un poco salvaje y agalludo”. Pero por sobre todas las cosas deber ser gracioso, bueno contando historias, hacer un poco de teatro, ser agradable, directo en la comunicación y, sin dudas, ser competitivo.



Es que es la competencia el motor de cualquier director ejecutivo de una empresa capitalista donde el objetivo principal es maximizar ganancias. Es decir, lograr los mejores resultados con la utilización de la menor cantidad de recursos. Y en relación a los recursos humanos, esa maximización de los resultados tendrá que ver con la utilización de los mejores en cada puesto al menor costo posible. Así un CEO puede definir que aquellos que no están capacitados o que no tienen el perfil adecuado para permanecer en una empresa dejen sus puestos. No es un problema que le concierna al CEO cuál es el destino de esa persona. O bien puede ir a formar parte de otra empresa o a engrosar la lista de desocupados. Es decir, es el Estado y no la empresa la que se va a hacer cargo de aquellos que no están calificados para la “eficiencia”, de las externalidades necesarias para la eficiencia y la maximización. Del mismo modo, si una empresa como Barrick Gold necesariamente produce desechos como el cianuro al extraer oro, la práctica indica que será el Estado el que se haga cargo, en última instancia, y la sociedad toda con la degradación del medio ambiente, de esos desechos. Maximizar ganancias, socializar pérdidas. Ese es el régimen del capitalismo global.



Final amarillo



Ahora bien, ¿cómo se aplica la lógica de un CEO al frente del Estado? ¿El Estado tiene que necesariamente maximizar ganancias y socializar pérdidas? ¿De qué manera es posible socializarlas? La mejor explicación a esta última pregunta fue dada durante la nefasta dictadura militar. El entonces gobernador de Tucumán Domingo Bussi creyó que la forma de terminar con los pobres en su provincia era llevarlos en avión a Catamarca. Ocultar las externalidades, como Monsanto o Barrick. Esta lógica fue también aplicada por gobiernos democráticos recientemente. Por ejemplo, el ex precandidato a presidente, José Manuel de la Sota, trasladó a miles de personas que vivían en villas miserias cercanas al centro de la ciudad de Córdoba a ciudades del Gran Córdoba, logrando que, al menos en el centro los pobres no se vieran. Pero empezaron a llegar pobres desde los barrios, entonces aplicó el famoso código de convivencia por la cual cualquier policía tiene atribuciones de detener a una persona durante 48 horas en “averiguación de antecedentes”. Cabe entonces preguntarse si la aplicación de los principios de la agricultura occidental en relación a los empleados estatales, que no implica la muerte por fumigación como pasó en Vietnam,  pero si un costo social altísimo con miles de familias fuera del sistema productivo y de consumo, devendrá en un traslado a lugares remotos como el Salar de Uyuni en Bolivia o se buscará una solución más cercana a otras ciencias humanas, que puedan incluir a cada una de las personas de esta sociedad.



El problema es que, a lo largo de la historia argentina, salvo dolorosísimas excepciones, mientras las batallas políticas se libraron en Buenos Aires, las batallas reales a sangre y fuego se dieron en las provincias. Las externalidades de las políticas siempre golpearon en los lugares donde habita el silencio. Un ejemplo de ello fue la Guerra del Paraguay. Millones de paraguayos fueron masacrados para salvaguardar los intereses de las elites porteñas y la ciudad aún no se enteró. Sin embargo, la antropofagia flagrante de la que se nutre el poder en nuestro país llevó a la ciudad puerto una de sus peores tragedias.. Los vencedores de la absurda guerra tiraban los cadáveres de los vencidos a los ríos Paraná y Uruguay a fin de contaminar las aguas del litoral donde los paraguayos contaban con el apoyo de algunos caudillos locales. Esa contaminación, sin embargo, llegó a Buenos Aires. Y causó la epidemia de la fiebre amarilla que mató a miles de personas, sobre todo en el sur de la ciudad. La enfermedad fue tan agresiva que reconfiguró la ciudad. Las familias ricas dejaron sus casonas en el sur para trasladarse al norte, escapando de la fiebre. Años más tarde esas casonas fueron ocupadas por pobres e inmigrantes que en 1945 irrumpieron en Plaza de Mayo para ayudar a la muerte de un viejo sistema político de prebendas y connivencias. Podríamos decir saltando algunos casilleros que el 17 de octubre es el resultado del espíritu sanguinario y cruel del general Mitre. Desde el sur llegaron los descamisados para meter sus patas en la fuente.



Los agrotóxicos mientras tanto siguen contaminando aguas y tierras en todo el país. Sin embargo las elites hacen como si esas aguas nunca fueran a llegar al río gris. Mientras tanto, a lo largo y ancho de la patria se vive otra fiebre amarilla. Una fiebre amarilla que esconde el discurso falso de la estética verde oscuro. El discurso de la soja. La estética de la soja. Habría que recordar ahora que cuando la soja madura se vuelve amarilla. Todo el campo muda a un amarillo mortal. Nada queda vivo. Es de esperar que quienes gobiernan, además de virtudes de CEOS, en algún momento adquieran dotes de estadistas y puedan prevenir que ese amarillo de muerte. Y que si bien toda fiebre amarilla puede desembocar en una plaza como aquella de 1945, deberíamos haber aprendido algo de nuestra historia y esta vez no permitir muertes de inocentes como corolario de un final feliz (¿?).










martes, 2 de septiembre de 2014

El glifosato mata, pero paga deudas








Axel Kicillof habla en el cierre del America’s Council. Pide una posición clara de los estados americanos contra los Fondos Buitre. Está flanqueado por las publicidades de Chevron, Barrick Gold, HSBC y Monsanto. De todas maneras utilizará reservas para los próximos pagos. Ese dinero que desde hace más de 10 años sale del monocultivo de soja. Ese día algún diario dice que en Sri Lanka y en Centroamérica el Roundup sería el culplable de miles de muertes de campesinos. Que los restos de glifosato en el suelo podrían persistir hasta 21 años. Es decir que, cuando haya nuevo presidente, aún quedarán restos de aquellos glifosatos primeras sojas rr autorizadas por Felipe Solá en 1995. Pasaron casi dos décadas y en Argentina hay acuerdos: es válido hipotecar suelo, agua y recursos naturales, por la soja. Para gastarlo en cámaras de seguridad, en proteger narcos o en soberanía política. Atrás, Monsanto. Presente. Sobrevolando.
Según un informe del Concejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Conicet, de Julio de 2009, “el glifosato es una sustancia de baja persistencia y limitada potencialidad de bioacumulación y toxicidad sobre organismos no blanco”. Agrega el informe que "la contaminación de aguas subterráneas con glifosato resulta poco probable, excepto en el caso de un derrame apreciable o de otra liberación accidental o descontrolada. En aguas superficiales, la sustancia puede encontrarse cuando se aplica cerca de los cuerpos de agua, por efecto de la deriva o a través de la escorrentía. Estudios en otros países indican que la persistencia del herbicida en el suelo podría alcanzar 6 meses, si bien debe considerarse que el clima templado, como el de algunas regiones de la Argentina donde se lo utiliza, aumentaría la velocidad de degradación del producto y su metabolito”.
Sin embargo, un estudio publicado en febrero de 2014 en Sri Lanka indica que el glifosato sería una de las principales causas de la aparición de 400 mil casos de la enfermedad renal crónica de etiología desconocida (CKDu) causó más de 20 mil muertos en ese país africano y que sería el vector principal de miles de muertes en Centroamérica.
Los investigadores, Channa Jayasumana, Sarath Gunatilake y  Priyantha Senanayake  de las universidades de Rajarata en Sri Lanka y de California State University concluyen que dadas algunas condiciones particulares de suelos y aguas, conjugadas con algunas prácticas agrícolas y culturales llevarían a miles de personas a padecer esta enfermedad silenciosa que en muchos casos termina con la muerte.
Según el estudio, habría un factor determinante en la distribución geográfica de la enfermedad y es la presencia de aguas duras, con altos contenidos de minerales tales como magnesio y calcio, entre otros. Según el Inta Rafaela, sólo en el corazón de la pampa húmeda, donde la calidad de las aguas subterráneas tendería a ser mejor que en zonas semidesérticas o extrapampeanas, el 73 por ciento de las aguas investigadas tiene una dureza media a mediaalta. Justamente, es en gran parte de estas zonas en donde el uso de glifosato y sojas rr prevalece, sobre todo por las condiciones ambientales y las capacidades productivas de los suelos.

 Calcio y magnesio

Según el estudio de la universidad africana, los altos contenidos de Calcio y de Magnesio en el agua harían posible la combinación de lo que ellos llaman un Factor X presente en los agroquímicos, fundamentalmente en el glifosato. Este factor X incidiría directamente para que en las zonas de aguas duras se evidenciara la presencia de un alto contenido de arsénico en la orina. “la totalidad de la evidencia científica recopilada hasta ahora se ha puesto de relieve el hecho de que un factor desconocido (compuesto X) procedentes de los agroquímicos, cuando se combina con dureza / Ca / Mg puede causar daño renal significativo; lo que explica que muchas observaciones actuales, incluyendo la distribución geográfica única de la enfermedad”, concluyen.
“Una epidemia de la nefropatía tubular se ha identificado entre los jóvenes trabajadores agrícolas masculinos en sub-regiones de las costas del Pacífico de El Salvador, Nicaragua y Costa Rica “. En todos  los casos hubo una identificación de la dureza de las aguas y el consumo de aguas de pozo en las comunidades afectadas. Una situación similar se registra en algunas regiones de la India.
El Instituto Nacional de Salud de El Salvador confirmó que el agua de los pozos de poca profundidad había sido la fuente principal de agua potable en la mayoría de los pacientes  pacientes que manifestaron CKDu en el país. En esas pozos se detectaron además cantidades significativas de metales pesados, magnesio y calcio.

Enemigo invisible 
 
Los investigadores demostraron que el glifosato es un fuerte quelante de metales (Ca, Mg, Sr, Cd, Cr, Ni, Co, Pb). De esta manera persiste y se acumula en el suelo y las plantas durante períodos prolongados, que pueden ser décadas y de esta manera contaminar las napas freáticas.
Sin embargo, para comprobar la presencia del glifosato en las aguas de pozo, los investigadores debiernon recurrir a un inmuno solvente especial ligado a enzimas (ELISA) para detectar los complejos formados por metales y glifosato.
Claro que la mayoría de los países no son libres de elegir producir usando glifosato o no. De envenenar a su población y a las generaciones venideras o no. A principios de junio de 2014 Estados Unidos amenazó a El Salvador con retener un paquete de ayuda financiera de 300 millones de dólares si no autorizaba la compra de semillas transgénicas de Monsanto.
Hoy, la CKDu es la segunda mayor causa de mortalidad entre los hombres de El Salvador y país que registra la mayor tasa de mortalidad por esta enfermedad en el mundo. Sus vecinos, Honduras y Nicaragua también presentan tasas extremadamente altas de mortalidad por CKDu, al punto que su mortalidad es mayor a la del VIH,, la diabetes y la leucemia juntas.
En Argentina no existen estudios acerca de la incidencia del glifosato en las enfermedades en las zonas pampeana y extrapampeanas. Sin embargo, sólo en 2007  y según el Conicet, se utilizaron 163 millones de litros de esta sustancia para la producción agrícola en general. Estudios no hacían falta en 1994, cuando la administración Menem con Felipe Solá en la secretaría de Agricultura aprobó el uso de la soja RR con la sola presentación del estudio de impacto sobre la salud hecho por Monsanto y sin siquiera traducirlo al castellano.
Durante Durante la Cumbre de la Salud de 2011, realizada en la ciudad de México, Estados Unidos llegó a rechazar la propuesta de los países de América Central, que habían incluido al CKDu como una de las prioridades de la salud para las Américas. Catharina Wesseling, directora regional del Programa Salud, Trabajo y Ambiente (Saltra) en América Central, pionera en el estudio del CKDu, afirmó que los nefrólogos y otros profesionales de salud pública de países ricos no están familiarizados con el problema. "Dudan inclusive de que exista”.

 Hasta que la muerte nos separe

“Aquí tengo – y esto la verdad que se los quiero mostrar porque estoy muy orgullosa – el prospecto de Monsanto. Vieron que cuando hacen prospecto es porque ya está hecha la inversión, sino no te hacen prospecto. Así que una inversión muy importante en Malvinas Argentinas, en la provincia de Córdoba, en materia de maíz con una nueva digamos semilla de carácter transgénico, que se llama Intacta. También dos centros de investigación y desarrollo, que eso para nosotros es tan importante como es esta inversión de 150 millones de dólares: uno, en Tucumán y otra en la misma Córdoba, porque estamos trabajando mucho con científicos”, alardeó frente al Consejo de las Américas en 2011, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Y seguía: “Realmente hemos logrado y estamos pagando toda nuestra deuda, todos nuestros bonos renegociados sin acceso al mercado de capitales. Esto es con dólares genuinos productos de nuestra balanza comercial.”.
A grandes rasgos parece haber en la línea de tiempo un par de continuidades y discontinuidades acerca de cómo se implementó el sistema de agronegocios en la Argentina durante los últimos 20 años. Fue en 1994 cuando Domingo Cavallo dijo aquello de que en la Pampa Húmeda sobraban 500 mil productores. Ya no sobran. Los reemplazo la tecnología de Monsanto y las grandes superficies. Pueden verse hoy campos sin alambrados, con barbechos químicos y soja desde el Río Colorado al Bermejo. Y del Río de la Plata a la Cordillera. Ese cambio forzado de actores implicó la apropiación de todos .los insumos de producción por parte de cuatro o cinco multinacionales, principalmente estadounidenteses. Y dejó al país en un callejón sin salida aún más importante que aquel de la deuda externa. Los costos medioambientales y de salud pública no se cuantifican en relación al precio de una tonelada de soja de una tonelada de soja. Parece como si la deuda externa hubiese sido una amenaza simbólica frente a lo que significa la expropiación y contaminación de la tierra, el agua, la destrucción de bosques y ecosistemas. Montes enteros donde algunos buitres volaban para saltar sobre una yarará, ya no existen. Son sólo soja. Mientras tanto, Kicillof pide ayuda frente a otros buitres en el Consejo de las Américas. El auspicio de Monsanto y de otros no es simbólico. Es la continuidad de un modelo, más allá de quien ejerza la presidencia desde diciembre de 2015.

lunes, 4 de marzo de 2013

La soja, lo material, lo simbólico


El presente trabajo intenta vislumbrar algunos trazos acerca de cómo la soja puede representar un nuevo factor de dominación territorial y simbólico en el espacio de la República Argentina, haciendo un pequeño recorrido histórico y estructural de los modos de producción que llevaron al boom sojero. Hoy, cuando se cumplen 18 años de la autorización de los transgénicos en la Argentina, lo cuelgo por acá como una forma de iniciar una discusión pendiente. 


La conquista

“Los marinheiros enseñaron a sus aprendices a cruzar los océanos y estos así lo hicieron llevando consigo gran cantidad de gente. Después, los pasajeros, hombres y mujeres de tierra firme tenían que transformar sus nuevas tierras en hogares. Tal tarea no estaba fuera del alcance de sus posibilidades –podrían haberlo hecho de haber contado con más tiempo- pero estaba fuera del alcance de sus preferencias. Eran  europeos, no americanos, australianos o asiáticos, y nunca se adaptarían voluntariamente a las nuevas tierras en sus condiciones originarias. Los emigrantes europeos podían alcanzar e incluso conquistar estas porciones de tierra extraña, pero no podían transformarlas en colonias de doblamiento mientras no se parecieran mucho más a Europa que cuando los marinheiros alas avistaron por primera vez. Afortunadamente para los europeos, sus animales domésticos demostraron una gran flexibilidad de adaptación, resultando muy eficaces en el inicio de dicho cambio. (… …)
Los europeos que fundaron los primeros imperios transoceánicos también eran agricultores mixtos y pastores (habían comprendido el modo de vida de los indoeuropeos con mayor facilidad que nosotros mismos) y, el éxito de sus animales fue, en términos generales, el suyo propio. (… …)
Los europeos llevaron consigo plantas de cultivo, lo que les concedió una importante ventaja sobre los aborígenes australianos, ninguno de los cuales practicaba agricultura y además la adoptaron muy lentamente”. 1
Si bien las condiciones y los pobladores de Nueva Zelanda descriptos por Crosby difieren en costumbres y tradiciones de las poblaciones originarias de América, las prácticas agrícolas y ganaderas resultaron a la postre una forma de dominación cultural. Aunque los resultados ecológicos y de dominación fueron similares.
En América, “la primera evidencia de plantas cultivadas es hacia los 4080 AC, un cultivo de calabaza que sirve tanto para alimento como para la fabricación de recipientes. Evidentemente se trata de una planta no local, ya que crece en ambientes templado cálidos”.
“El imperio incaico fue un espectacular ejemplo de eficiencia en el manejo de la tierra y en el respeto del equilibrio ecológico de la región. Ningún sistema posterior consiguió alimentar tanta población sin degradar los recursos naturales (… …) Los incas basaron su civilización en una relación armónica con su ambiente natural, integrado por los frágiles ecosistemas andinos, y desarrollaron complejos y delicados mecanismos tecnológicos y sociales que les permitieron lograr una sólida base económica sin deterioros ecológicos”. 3
“Cuando llegaron los españoles, de todo lo que vieron, sólo les interesó el oro y la plata para enviar a la metrópoli y para su enriquecimiento personal. Se repartieron las tierras y esclavizaron a sus pobladores. (… …)
Introdujeron “el ganado y el cultivo de alfalfa, del trigo y de la vid, por el único medio practicable en una región donde las tierras eran tan escasas y que consistía en el traslado de los indios y en su sustitución por el ganado y los cultivos comerciales”. 4
Al mismo tiempo en los cultivos de trigo y alfalfa se adaptaban a las nuevas condiciones ecológicas, ejerciendo en lo práctico y en lo simbólico el dominio del territorio,  los conquistadores prohibían la siembra, quemaban campos y hasta cortaban las manos de quienes e atrevieran a sembrar especies como la quinua, uno de los pilares de la alimentación de los pueblos andinos.

La pampa infinita

“Cada sociedad utiliza, abandona o degrada los recursos naturales de una manera particular, lo que afecta, también de un modo particular y distintivo las condiciones de vida de la población”, dice Brailovsky. 5
Así, la transición del modo de producción de los pueblos nativos, basados en una armonía con la naturaleza dejó paso a otro signado por la avidez sinsentido en la explotación de los recursos naturales, más allá de que estas regiones el capitalismo se encontrara a años luz de encontrar su desarrollo singular.
Hubo entonces cambios en los patrones tecnológicos en el modo de aprehender la naturaleza de parte de sus nuevos habitantes. Según Brailovsky, “una constante del manejo de recursos durante la época colonial es la falta de aprovechamiento de la aptitud de los suelos debido a las condiciones de tenencia de la tierra. En 1774 había en la ciudad de Buenos Aires 10 mil habitantes y sólo 33 agricultores. Había 186 propietarios de grandes extensiones, pero la población de la campaña bonaerense era de 6083 personas. La tierra fue distribuida en Latifundios. 6
“La tecnología ha reestructurado las relaciones ecológicas humanas, esto es, en el análisis de las diversas maneras a través de las cuales la gente ha intentado convertir a la naturaleza en un sistema que produce recursos para su consumo. En este proceso de transformación de la Tierra, la gente ha reestructurado sus relaciones sociales”7
Pero también en el caso de la región pampeana reestructuró directamente el paisaje: “Lo acontecido en trescientos años desde el arribo de los europeos a la Región pampeana, introdujo cambios substanciales en el paisaje y modificó muchos de los flujos de información y de energía que regulaban la estructura y funciones de los ecosistemas. Los incendios y el pastoreo de animales introducidos por los europeos a fines del siglo XVIII, (que según los cálculos hechos por Garavaglia habría producido aporte mínimo de 3650 kilos de excrementos por hectárea año), reestructuraron las comunidades, reduciendo las dominancias e incrementando la diversidad. Los límites ecotonales se desdibujaron y muchas unidades que antes del advenimiento del vacuno y del caballo se veían estructuralmente diferentes, en ese momento aparecían como homogéneas. Las especies leñosas y los pájaros nativos y exóticos invadieron el pastizal desde las líneas ecotonales compartidas con la estepa arbustiva y el bosque xerofítico que rodean a los pastizales pampeanos” 8.
La evolución de aquellas especies introducidas por el español, con sus caballos y vacunos que se transformaron en cimarrones y crecieron numéricamente en forma espectacular, derivó en un modo de producción que durante la gestación del Virreinato del Río de la Plata y prosiguió hasta la llegada de la República promediando el siglo XIX.
“Existe una estrecha relación entre sociedad y medio ambiente, ya que los mismos son respectivamente subsistemas conformados del sistema global que se condicionan entre sí. Por consiguiente, el desarrollo histórico de una sociedad depende en medida considerable de su base ecológica y de sus recursos naturales, mientras que el tipo y grado de desarrollo afectar directamente esa base ambiental”. 9
La base ambiental y productiva de aquellas Provincias Unidas del Río de La Plata estaban condicionadas directamente, desde la llegada de los españoles, por la extensión, al parecer infinita de aquella pampa. Ghersa y León muestran de que manera las fronteras de la pampa se iban corriendo hacia el oeste a medida que adelantos tecnológicos y decisiones político económicas requerían de un mayor uso del recurso suelo. De una pequeña franja casi paralela a la desembocadura de los ríos Paraná y de la Plata en 1774, las tierras afectadas a la producción ocupaban casi toda la provincia de Buenos Aires hacia 1887, tras las expediciones del General Roca que exterminaron las huestes ranqueles de las zonas más ricas de las áreas marginales.
Mientras tanto, durante todo el período colonial, los pueblos andinos fueron perdiendo sus sistemas productivos, que fueron extinguiéndose a medida que se acrecentaba el domino español; algo que generó evidentes consecuencias en los modelos de vida y la relación de estos pueblos con el medioambiente..
“Tanto las especies cultivadas como las técnicas de laboreo sufrieron cambios sensibles en el período colonial. La disminución de la producción de maíz y otras leguminosas produjo el abandono de los aterrazamientos y de los sistemas de riego que protegían el suelo de la erosión, sobre todo en las laderas de las sierras. Los indígenas no dejaron de consumir maíz, al menos mientras pudieron hacerlo, pero para sostener el mismo nivel de producción prehispánico, era necesario realizar muchas labores comunitarias. La construcción de andenes o canchones de cultivo y la conservación de la limpieza regular de los canales de riego eran tareas comunitarias organizadas por sus jefes naturales –los caciques, y se realizaba en períodos prefijados en el calendario agrícola”. 10
“Los europeos le otorgaron prioridad a la cría de animales importados, por falta de interés de conservar o desarrollar el pastoreos de auquénidos, admitieron que esos recursos quedaran en manos de y para el consumo casi exclusivo de los propios nativos de la región. Al preferir las lanas y carnes de animales europeos forzaron directa e indirectamente un reemplazo progresivo de las especies, haciendo que las reglas del mercado y del consumo prevalecieran sobre la lógica andina de adaptación y protección del medioambiente”.11
Sin embargo, para Domingo Cozzo, “en tiempos de la Colonia y primeras décadas de la Independencia, los perjuicios del primitivo paisaje de leñosas deben haber sido mínimos (… …) Comienzo de la Organización Nacional, en 1860 y las incipientes medidas de desarrollo socioeconómico que se acentúan cuando los ferrocarriles estiran sus rieles por todo el interior, se produce la conquista del “desierto” y se instalan y se instalan miles de  nuevos establecimientos agropecuarios incentivados por el enriquecimiento de una clase social político culturalizada contando con la fuerza de la mano de obra de miles de inmigrantes; es cuando las cortas de bosques y en particular de montes y matorrales para abrir campos, extraer maderas y leñas dan origen a las grandes devastaciones” 12.
Hacia 1860, “bajo el impulso de una sostenida demanda británica de alimentos y materias primas, los sectores dirigentes orientan el uso de los recursos naturales con un criterio de especialización. La Argentina ingresa a la división internacional del trabajo como productor de lanas, carnes y cereales. Tanto los sectores dirigentes como el capital internacional bloquean cualquier diversificación de actividades que lleve a aumentar el grado de autarquía del país” 13
“En su día, tanto el centeno como la avena fueron malas hierbas; actualmente son plantas de cultivo. ¿Es posible que una planta de cultivo cambie y se convierta en una mala hierba? Sí”, se pregunta y se contesta Alfred Crosby. 14
Por eso y a esta altura del trabajo me parece oportuno hacer un par de reflexiones. A mediados del siglo pasado ya se configuraba el mapa productivo actual de la Argentina. Signado básicamente por la producción primaria de alimentos especialmente dirigidos al mercado inglés. El imperio británico gozaba aún de su reinado en el mundo. Y la Argentina comenzaba a abastecerlo de carnes de mejor calidad y de cereales. Atrás habían quedado los saladeros. Pero las estructuras productivas y sociales engendradas por ese producto primitivo iban a marcar a fuego al país, su economía y su política.
Como apunta Brailovsky, a la Argentina le había tocado en la división internacional del trabajo el rol de productora de alimentos. Sus clases dirigentes ni siquiera se preocuparon por desarrollar otros roles. La pampa por entonces parecía infinita.
Por otra parte había comenzado la depredación de bosques nativos, como apunta claramente Domingo Cozzo, configurando también los territorios marginales que con el correr del tiempo iban a ser destinados a la ganadería extensiva, primero y a la agricultura ya en nuestros tiempos. Comenzaban como apuntan Cozzo y Brailovsky la explotación (depredación) de los bosques chaco santiagueños, por parte de empresas multinacionales como la Forestal.
Y por si fuera poco, aquellas semillas y el estilo de vida de los pueblos andinos que permitían una producción armónica con la naturaleza, maximizando recursos en un sistema sustentable de producción habían quedado en la oscuridad de las minas de Potosí, donde millones de indios murieron a manos de un saqueo. Se habían convertido en malas hierbas la quinua, el amaranto. Pero también eran desdeñadas las llamas o las vicuñas, otrora base de las economías andinas.
La ciudad puerto había tendido sus garras de hierro a manera de tentáculos por el interior del país para extraer todos los recursos naturales posibles, que simplemente pasaban por el puerto dejando pingues ganancias en impuestos a los gobiernos de turno.
Las especies como el trigo se habían adaptado. Eran símbolo de la conquista natural. También algunas malezas. Y por si fuera poco aún persistían en los campos junto a las primeras ovejas el ganado cimarrón que fue base de poder y dominación en esta parte del mundo por décadas. Caballos y vacas. Símbolos de poder y de adaptación. Pero también de falta de desarrollo de un modelo de país sustentable e inclusivo. Faltaban más de 100 años para la llegada de la soja. Pero la estructura de los territorios en donde echaría raíces la semilla china tomaba forma.

“Siempre que existe libertad tenemos la fuerza generadora en acción y los efectos de la excesiva abundancia son destruidos posteriormente por la falta de espacio y alimento, tan frecuente entre las plantas y los animales y asimismo, entre estos últimos, por la lucha a muerte que se libran entre sí”, dice Malthus. 14
Si los españoles habían llegado a América a en el siglo XVI buscando tesoros de la naturaleza y habían arrasado con muchos de sus recursos para poner en marcha la modernidad, la fundación de la Argentina moderna combinaba dos factores: la necesidad política de un país en ciernes de ocupar su territorio. Y masas enormes de emigrantes que necesitaban dejar Europa cuyos campos agotaban su productividad y como dándole la razón a Malthus no permitían el alimento de todos. Pero los condenados a morir eran entonces, los nativos americanos y no los europeos. Los conquistadores habían logrado su cometido. En la Argentina no sólo habían triunfado los modelos políticos y económicos de los recién llegados, sino que además sus especies y sus modos de producción.
“El ambiente, por lo regular en la forma del clima y de la topografía pero, a veces también como enfermedad u otros peligros “naturales”, dicta las características físicas y mentales de una sociedad, su vida cultural y sus intereses políticos. Mientras más madura y civilizada se vuelve una sociedad, menos expuesta se halla a ser esclava de la naturaleza: en realidad, la marca de una civilización está precisamente en su capacidad de elevarse por encima de las cortapisas ambientales”, afirma Arnold. 15
La nueva nación Argentina no sólo iba a transcurrir el siglo XX bajo la dependencia de la naturaleza y sus vaivenes sino perseguida por la condena del mito de la infinitud de La Pampa. El tiempo y los dictados económicos globales condenaban al país chacarero al éxito o al fracaso, sin medias tintas. Y cuando la soja llegó para quedarse el modelo económico de los chacareros nacido allá por 1910 con el Grito de Alcorta estaba tocando a su fin. Sólo faltaban algunos ruidos y reacomodamientos del sistema.

Las contradicciones de la soja

La soja pudo ser una mala hierba. No en el sentido que le dio fallidamente la presidenta Cristina Fernández, sino que esta oleaginosa crece en algunas zonas de la china de forma silvestre y forma parte de los cultivos y la alimentación oriental desde la dinastía Shang en el siglo XVI antes de Cristo.
“La soja era conocida en la Argentina desde 1867, pero su promoción pasó por sucesivos fracasos, hasta que las multinacionales de producción y comercialización de granos que operan en el país promocionaron el cultivo para incorporarlo a un mercado internacional ya liderado por Estados Unidos y la Comunidad Europea”.16
En la Argentina, “luego de un período de lenta evolución de la productividad agropecuaria, ésta se incrementó rápidamente en la década del 70 por la introducción de la soja y la expansión del girasol. Los ciclos vitales de ambos pueden cumplirse en el verano, luego de cosechado el trigo , lo que permite obtener dos cosechas por año: trigo y soja, o trigo y girasol”. 17
Claro que el cultivo de la soja “tomó un verdadero impulso con la introducción de una nueva manera de cultivar –la siembra directa—lo que creó una sinergia muy positiva: la baja en el costo de producción y un aumento en los ingresos debido al mejor precio de la soja comparado con el maíz o el trigo. El éxito de esta combinación a su vez permitió la expansión de la frontera agrícola. Tierras consideradas marginales en el sistema convencional, pasaron a ser tierras aptas utilizando siembra directa (Trucco 2008). En la década de 1990 se introdujo a la Argentina la soja RR, resistente al herbicida glifosato (roundup) lo que abarató y simplificó el cultivo”. 18
El cambio de sistema productivo trajo aparejadas ciertas disparidades que aún se encuentran lejos de resolverse:

a) Concentración del capital, debido a la necesidad de su uso intensivo para la producción de soja.
b)Desplazamiento de campesinos de zonas marginales..
c) La tala de bosques y montes en áreas marginales.
d) El deterioro del suelo por la intensidad del laboreo.
e) El desplazamiento de la ganadería.
f) La implantación de un monocultivo
g) La contaminación ambiental provocada por pesticidas y herbicidas.

La tecnología, sobre todo la potencia y el tamaño de la maquinaria agrícola fue incrementándose y adaptándose al cultivo de superficies cada vez mayores, y terminó por ser antieconómica para el pequeño productor tradicional. El cambio apuntaló un proceso de concentración: la superficie media de las explotaciones se incrementó en un 18 por ciento entre 1973 y 1988; (… …) La actividad como pequeños productores puede considerarse terminada, ahora son pequeños rentistas urbanos empleados en servicios y en el comercio” 19.
El desplazamiento de campesinos en zonas marginales provocó verdaderas crisis sociales que están lejos de resolverse. A tal punto que motorizó movimientos organizados en reclamo de la tierra y sobre todo de la soberanía alimentaria perdida en manos del monocultivo sojero. Dice Sevilla Guzmán a respecto “Desde finales de los años ochenta de la pasada centuria venimos asistiendo a una progresiva confluencia de los procesos de antagonismo a la lógica del despliegue de la globalización económica, desde la sociedad civil (Fernández Durán & Sevilla Guzmán 1999). (… …) como miembros del Movimiento Agroecológico de América Latina y el Caribe (MAELA), en la que expresaban su “oposición al modelo neoliberal... por degradar la naturaleza y la sociedad. Al mismo tiempo establecían como un derecho de sus organizaciones locales la “ gestión y el control de los recursos naturales... sin depender de insumos externos (agroquímicos y transgénicos), para la reproducción biológica de sus culturas”, señalando su “apoyo a la promoción, el intercambio y difusión de experiencias locales de resistencia civil y la creación de alternativas de uso y conservación de variedades locales”.20
“En la ecorregión del Chaco Seco (… …) la expansión de la agricultura se ha producido a través de la conversión de grandes extensiones de bosques xerófilos estacionales que ha provocado tanto la desaparición de hábitats como su fragmentación”.(21) Asimismo, según Cabido, “durante los últimos 20 años este fenómeno ha ocasionado la pérdida de bosques maduros y secundarios en las provincias de Córdoba (Zak et al. 2004, Zak et al. 2008) (Fig. 3), Santiago del Estero (Boleta et al. 2006), Tucumán y Salta (Paruelo et al. 2005), Chaco y Formosa (Torrella y Adamoli 2006). A modo de ejemplos, pueden mencionarse los procesos de expansión en los departamentos del norte de Córdoba, que entre 1970 y 2000 perdieron más de un millón de hectáreas de bosques xerófilos estacionales (chaqueños) por conversión a cultivos anuales, principalmente soja (Zak et al. 2004) (Fig. 7 a). Un fenómeno similar ocurrió en el nordeste de Salta donde el 51% de los cultivos de soja de la campaña 2002-2003 fue sembrado sobre tierras que en 1988-1989 estaban cubiertas por vegetación natural, principalmente bosques del Chaco Seco y, en menor medida, de las Selvas Pedemontanas y Chaco Serrano (Paruelo et al, 2005). Además del efecto de los factores directos y subyacentes mencionados en el proceso de deforestación, también el precio diferencial de la tierra en relación a los valores de la ecorregión pampeana y un proceso de concentración de tierra en grandes capitales, han promovido la deforestación a altas tasas. En algunos territorios, como por ej. el norte de Córdoba, estas tasas han alcanzado valores entre los más altos del mundo (Zak, 2008). 22 Para el autor, a diferencia de lo ocurrido en el Chaco o en los Bosques Pedemontanos de las Yungas, donde la conversión a cultivos anuales involucró la pérdida de bosques, en la Pampa la última expansión de la agricultura no se hizo sobre vegetación natural, sino principalmente sobre pasturas sembradas (alfalfa y otras forrajeras) (Paruelo et al. 2005). 23
Dicen Brailovsky y Foguelman respecto del uso de los suelos en el caso del monocultivo de soja: “En la mayoría de los casos, las prácticas conservatistas – salvo las rotaciones prolongadas con pasturas- fueron consideradas insuficientes a juzgar por el estado de los suelos. Muy a menudo las prácticas consevatistas y sus costos son tratados como externalidades, es decir, como costos adicionales optativos, porque el cortoplacismo que invadió la economía ha hecho olvidar que los suelos necesitan plazos más largos para recomponerse. Es un típico ejemplo del antagonismo entre los plazos económicos y los plazos ecológicos, estos últimos casi siempre mucho más largos si lo deseable es preservar equilibrios favorables a las actividades productivas para un uso sostenido” 24 Para el caso de los suelos desmontados de zonas marginales como el caso de Santiago del Estero, según los autores, en 10 años de monocultivo, los suelos perdieron a razón del 5 por ciento de materia orgánica por año, algo que la FAO considera como grave.
Respecto a los daños ocasionados por el desplazamiento de la ganadería hacia zonas marginales, sólo hace falta citar a Cabido describiendo la situación de la zona central: “en un análisis de cuatro de los distritos pampeanos, Baldi et al. (2006)  concluyen que el 65,5% de su área de estudio está ocupada aun por pastizales utilizados para ganadería; sin embargo, aunque estos pastizales representan la situación más cercana a la vegetación original (estructural y florísticamente), están utilizados en forma intensiva, con más de 22.5 millones de cabezas de herbívoros domésticos en el año 2001 en la provincia de Buenos Aires (INDEC 2001, en Baldi et al. 2006). 25. Por una cuestión de tiempo y espacio preferimos obviar la degradación de suelo ocurrida en los espacios serranos y andinos, con el pastoreo extensivo de las laderas por parte de la ganadería bovina. Y hasta dónde la conquista ideológica y simbólica hace que los productores locales sigan prefiriendo estas especies, a las que utilizaron sus antepasados, protegiendo y aprovechando más eficientemente los recursos naturales. Hablo de la ganadería de llamas y alpaca por ejemplo para el Noroeste argentino.
En relación a los monocultivos, Altieri apunta “la manutención de la biodiversidad y de los mecanismos de reciclaje de nutrientes son claves para el diseño de agroecosistemas sustentables. Además de proveer la base genética de los cultivos y animales, la biodiversidad presta una infinidad de servicios ecológicos, tales como el reciclaje de nutrientes, la supresión biológica de plagas y enfermedades, el control del microclima local, la desintoxicación de compuestos químicos nocivos y la regulación de procesos hidrológicos. Cuando estos servicios naturales se pierden, debido a la simplificación biológica del monocultivo y los plaguicidas, los costos ambientales y económicos son importantes. Económicamente los costos en la agricultura incluyen la necesidad de suplir a los cultivos con alto uso de insumos externos, debido a que cuando los agroecosistemas son privados de la diversidad biológica, son incapaces de subsidiar su propia fertilidad y de regular las plagas. Cuando ocurren contaminaciones con plaguicidas y/ o nitratos, los costos implican a menudo una reducción en la calidad de vida, debido a la degradación del suelo y de la calidad del agua y los alimentos.26
“Es necesario recalcar que la artifícialización inadecuada de los ecosistemas, sobre todo por el sobreuso y/o uso de tecnologías equivocado, ha provocado un alto grado de contaminación. Esta contaminación en los países del MERCOSUR y Chile está muy poco medida, aunque se poseen estudios parciales que ilustran toda suerte de problemas, tanto por efecto de los pesticidas, como por el uso de algunos fertilizantes, o causados por los estabilizantes y preservantes post cosecha”.Desafortunadamente este tipo de problema está muy mal documentado. Si se supone que persistirá el mal uso de los químicos en términos similares a los últimos decenios, indirectamente se podría estimar el mayor o menor efecto contaminante en función de la evolución del uso de pesticidas, fertilizantes, estabilizadores y preservantes”. 27

¿Un modelo sustentable?

Cabe quizás preguntarse ahora si este sistema productivo del monocultivo de soja a lo largo y ancho del país es sustentable. Para eso será necesario definir sustentabilidad o sostenibilidad.
“La aceptación generalizada del propósito de hacer más "sostenible" el desarrollo económico es, sin duda, ambivalente. Por una parte evidencia una mayor preocupación por la salud de los ecosistemas que mantienen la vida en la Tierra, desplazando esta preocupación hacia el campo de la gestión económica. Por otra, la grave indefinición con la que se maneja este término empuja a hacer que las buenas intenciones que lo informan se queden en meros gestos en el vacío, sin que a penas contribuyan a reconvertir la sociedad industrial sobre bases más sostenibles”.28
Para la Comisión Mundial para el Medio Ambiente y Desarrollo (WCED, 1987), desarrollo sustentable es “aquel que responde a las necesidades del presente de forma igualitaria pero sin comprometer las posibilidades de sobrevivencia y prosperidad de las generaciones futuras”; y se establece que la pobreza, la igualdad y la degradación ambiental no pueden ser analizados de manera aislada. El documento coloca a la pobreza como una de las causas (y consecuencias) de los problemas ambientales. 29.
En síntesis, la propuesta de desarrollo sustentable parece plenamente justificable y legítima, en su aceptación generalizada, se ha caracterizado por una postura acrítica alineada en relación a las dinámicas sociopolíticas concretas. Para que tal propuesta no represente apenas un enverdecimiento de el estilo actual, cuyo contenido de quedaría en el nivel de la retórica, se impone examinar las contradicciones ideológicas, sociales institucionales del propio discurso de sustentabilidad, en como analizar las distintas dimensiones de la sustentabilidad –ecológica, ambiental, social cultural y otras- para transformarlos en criterios objetivos de políticas públicas.
Más allá de las definiciones y las contradicciones terminológicas y prácticas, Altieri intenta una definición de un agrosistema sustentable y establece algunas características a tener en cuenta para llevarlo adelante: “Un agroecosistema sustentable posee características similares a los de un ecosistema natural maduro (Altieri, 1992):a) Alta diversidad de especies y cadenas e interacciones tróficas complejas. b) Ciclos minerales relativamente cerrados que capturan nutrientes y evitansu lixiviación. c) Una relación entre productividad y fitomasa que decrece, y donde la energía se utiliza más para la manutención del sistema que para la producción de fitomasa adicional. d) Mantenimiento de poblaciones estables de insectos, patógenos y malezas que dependen de diversidad y eficiencia de depredadores, parásitos, competidores y antagonistas. e) Descomposición de la materia orgánica que depende no sólo de la diversidad de microorganismos e invertebrados, sino también de las complejas interacciones entre los organismos del suelo”.30

La dictadura transgénica

No podemos olvidar que el monocultivo de soja en gran parte de Latinoamérica se debe al cultivo de variedades transgénicas, que facilitaron su propagación gracias a la complicidad de algunos estamentos estatales, leyes laxas o pocas veces cumplidas frente al poder económico de las grandes empresas agroindustriales.
“Aunque los riesgos ambientales de los cultivos transgénicos -pérdida de la diversidad genética y promoción de su erosión; mutación a, y/o creación de, supermalezas; creación de nuevas razas patógenas de bacterias; generación de nuevas variedades de virus más nocivas; entre otros- se encuentran ya suficientemente documentados (Rissler & Mello 1996, Krimsky & Wrubel 1996, Altieri 1998); no sucede lo mismo respecto a los riesgos vinculados a la salud, al no disponer aún de tiempo suficiente como para contrastar los claros indicios que comienzan a percibirse y que, un mínimo principio de precaución, ha llevado a la movilización de la sociedad civil de varios países.
De lo que no cabe duda es del impacto social y ecológico que tendería a dejar en manos de un puñado de corporaciones transnacionales el monopolio de los alimentos básicos de la población mundial y por tanto la planificación de cultivos a nivel planetario. Problema éste especialmente dramático si tenemos en cuenta que existen actualmente mas de 800 millones de personas que pasan hambre y viven en un claro estado de pobreza, no puede permitirnos renunciar a la utilización de tales descubrimientos a la hora de contribuir a resolver dicho problema en el conjunto del planeta”. 31
“La pregunta que nos inquieta y que nos llevó a escribir este artículo pude ser formulada en los siguientes términos: ¿Cómo es posible que el ocultamiento de informaciones concernientes a los potenciales riesgos del empleo de transgénicos ocurra en sociedades democráticas? La respuesta a  esta pregunta implica reflexiones con múltiples dimensiones. Entre otras cosas, precisamos investigar: ¿cuáles informaciones están siendo ocultadas y de qué modo? ¿Por qué este ocultamiento? A quién beneficia y a quién perjudica esta situación. Por qué la población no se manifiesta más fuertemente en busca de su derecho a la información. Por qué el Estado, que debiera ser el guardián de los intereses públicos se posiciona favorablemente a los intereses corporativos”. 32
Tanto los Estados nacionales como las corporaciones agrotecnológicas que defienden el modelo agronómico basado en transgénicos, plaguicidas y pesticidas, aducen que éste permite producir alimentos a gran escala, reduciendo el hambre en el mundo.
Sin embargo, según Miguel Altieri y Clara I. Nicholls, “existe un nítido consenso científico respecto a que no es la falta de alimentos lo que deteriora la trágica situación de hambre en el mundo. Por el contrario, es la desigual distribución de la riqueza la causa última de tal descomunal injusticia: (…. …) Si tal cantidad de alimentos se distribuyeran equitativamente o no se emplearan para alimentar, mediante métodos de naturaleza industrial, a animales para satisfacer el consumo exosomático del primer mundo, el hambre quedaría automáticamente eliminada de la faz de la tierra (Lappe et al. 1998)”.33
Para los autores la evaluación agroecológica del impacto de los cultivos transgénicos sobre las economías campesinas, a través de la metodología que hasta ahora hemos desarrollado, nos permite señalar las siguientes consecuencias:
1. Pérdida de la autosuficiencia agroalimentaria; característica esta como central dentro del rescate que la agroecología propugna de su lógica ecológica para el diseño de modernos sistemas agrícolas de naturaleza medioambiental. Vinculado a ello aparece la generación de una fuerte dependencia de “intereses privados” al mercantilizar los insumos que históricamente han cerrado sus ciclos de materiales y energía dotando a su modo de uso de una alta eficiencia ecológico-energética.
2. Sometimiento del manejo campesino de los recursos naturales a la lógica del mercado, con la ruptura de las matrices socioculturales que mantienen aún, en muchas partes del mundo, lógicas de intercambio vinculadas a cosmovisiones, que han probado empíricamente formas de sustentabilidad ecológica.
3. Pérdida de la legitimidad histórica del campesinado a conservar e intercambiar sus semillas, producto de una coevolución con sus ecosistemas, que asegura el mantenimiento de una biodiversidad, sin la cual la Ciencia no podrá continuar el objeto último de su existencia: contribuir al progreso de la humanidad.
4. Erosión sociocultural de los sistemas ambientales con la pérdida del conocimiento local, campesino e indígena; imprescindible hoy en día para resolver los problemas medioambientales generados por los excesos químicos que en el pasado generó el, entusiasta e irreflexivo, paradigma modernizador
5. Ruptura de las tecnologías sistémicas sobre el control de plagas y enfermedades; vivo aún en múltiples estilos históricos de manejo de los recursos naturales desarrollado por las etnicidades campesinas que mantienen su identidad sociocultural; preservando así a sus ecosistemas de diversos riegos ambientales.
6. Desalojo del campesinado de numerosos ecosistemas frágiles, conservados por un manejo de adaptación histórica y cuya modificación, al permitir las tecnologías transgénicas su intensificación, generaría nuevos procesos de exclusión. Y ello sin tener aún la certeza científica de una posterior degradación de tales ecosistemas.
7. Apropiación transnacional de múltiples territorios indígenas, cuyos derechos históricos y, en muchos casos, sabiduría de conservación ecosistémica no pueden ser cuestionados tras un riguroso análisis. 8. Ruptura de la estrategia campesina del multiuso del territorio que han desarrollado históricamente, numerosas culturas campesinas y/o indígenas y que la Agroecología reivindica, en la actualidad para su articulación con nuevas tecnologías de naturaleza medioambiental. 34
Ahora, es posible una sociedad sin una agricultura y un consumo de alimentos transgénicos, se preguntan Ribeiro y Barros Mattos. E intentan una respuesta abrumadora: “la transformación de una OGM en una realidad comercial implica algo más que ciencia. Depende de una regla de sumisión a los intereses corporativos, una ciencia dispuesto a ser un agente de la propaganda, las universidades deseosos de dinero de las empresas, un sistema educativo que forma incapaz de pensar alternativas profesionales producción por encima de los ofrecidos por las grandes corporaciones de un sistema de medios de publicidad que se permite someter a los ciudadanos con eficacia, convirtiéndolos en meros consumidores de un orden internacional basado en la violencia, etc. Por lo tanto, la adopción de cultivos transgénicos conlleva aun riesgos mucho más amplios que los que un OGM puede traer al medio ambiente o la salud humana. Estos riesgos son características de los órdenes sociales no transparentes, autoritarios, donde los ciudadanos permanecen insensibles y apáticos sobre los hechos. Esta adopción se traducirá y la producción de un orden social en que se considera el riesgo para las inversiones de capital mucho más importante que los riesgos a los ciudadanos y el medio ambiente. Esto plantea social y moral múltiples riesgos para el público. GM discutir sin discutir que el orden social es una simplificación brutal de la realidad y un síntoma de la percepción de que el orden social mismo produce distorsión y subjetividades.
En el caso específico del sector de las semillas, gran parte de las grandes corporaciones existentes participó en la llamada Revolución Verde, en la que un control de versiones más leves del orden social se puso en práctica con gran éxito de estas corporaciones. Si la Revolución Verde causó daños a la diversidad biológica de las principales especies agrícolas y pequeños agricultores (Mooney, 1987), pero fue sumamente rentable para esas corporaciones.  El uso de los transgénicos es sólo una nueva fase de esta estrategia para el control de los ciudadanos y las naciones económicamente y militarmente menos poderosos. Menos aguda y radical de lo que fuimos testigos durante la Revolución Verde, con un potencial mucho mayor para dañar el medio ambiente y la sociedad. Y como si fuera uno de sus productos básicos, la "ciencia" se está convirtiendo en la publicidad con alta credibilidad, y parte de los "científicos" en los anunciantes experimentados. Así, después de esta modificación los medios de comunicación, los cultivos transgénicos que llegan al mercado se puede disfrutar de una agradable imagen pública, lo que parece estar unida a más nobles causas, tratando de alimentar a los hambrientos del mundo. Se oculta la producción potencial de una mayor desigualdad, la concentración de la riqueza y el poder y los daños ambientales impredecibles. En esta tarea trabajan cuidadosamente los propietarios de la "ciencia", "comunicación" y el capital”. 35
Según el Banco Mundial el PBI de  Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela fue de 3641 billones de dólares. Mientras que la facturación total de las 10 primeras empresas a nivel mundial sumó 3041 billones de la misma moneda.36
“Hoy ha madurado plenamente una tercera fase de esta relación, el la que las grandes corporaciones transnacionales han sobrepasado efectivamente la jurisdicción y autoridad de los Estados-nación. Pareciera, entonces, que esta centenaria dialéctica ha llegado a su fin: ¡el Estado ha sido vencido y las corporaciones gobiernan ahora la Tierra!” 36




Conclusiones:

El repaso por las diferentes fases de la historia medioambiental de la Argentina nos deja en claro que, desde el momento en que los conquistadores pisaron esta parte del mundo, la depredación de los recursos naturales y de los sistemas socioeconómicos de los nativos fue el objetivo central.
El modelo capitalista se instaló con sus términos cortoplacistas de maximización de rentas, en un paisaje que por entonces se tornaba peligroso y al mismo tiempo infinito.
Esa noción de infinitud fue la que cargó como mito fundante lo que más tarde iba a ser nuestro país, que por características geográficas y ecológicas se convirtió primero en el abastecedor de alimentos para las colonias de negros que eran explotadas por las potencias a lo largo y ancho del mundo, para después convertirse en el supuesto granero del mundo, el proveedor de las carnes y en tiempos actuales en el proveedor de alimentos de segundo orden para los animales chinos.
Puedo encontrar en esta supuesta línea imaginaria rasgos comunes. En la primera fase fueron los animales de los conquistadores los que se adaptaron a las nuevas condiciones ecológicas, dando nacimiento a una sociedad que sólo se preocupaba por la caza primero y la cría después del ganado cimarrón.
En la segunda fase, la fácil adaptación del trigo y la alfalfa hicieron de las inmensas pampas un espacio para la elaboración de carnes y de cereales.
En la primera fase la Argentina produjo tasajo para las potencias dominantes, sin importar demasiado qué uso se hacía de los recursos naturales, ni de que manera se administraba la política y la economía. Ni siquiera se pensaba en la posibilidad de una nación desarrollada y justa.
En la segunda fase, la Argentina produjo alimentos especialmente para Inglaterra, la potencia dominante hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. La dependencia de los caprichos de la economía global y de las arbitrariedades sajonas hicieron mella otra vez en la sociedad, en la política y en la economía argentina.
En ninguna de las dos fases se tuvieron en cuenta los factores medioambientales y productivos, a la hora de realizar una administración sustentable de ellos.
Hoy, con una integración más fuerte hacia el mundo globalizado, la Argentina sigue produciendo a la manera que dictan las potencias y de la manera en que lo indican. Los modos productivos son absolutamente funcionales al Poder global, tal como lo indica Ribeiro.
Mi pregunta central es por qué, si existen sobradas pruebas de que la implantación del modelo productivo sojero despilfarra recursos naturales que seguramente reclamarán las generaciones futuras. Y además reproduce un modelo social injusto. Y por si fuera poco contamina aguas y degrada suelo con el solo objetivo de producir alimentos de dudosa calidad, que a su vez serían dañinos para el consumo humano ¿Por qué, los diferentes estamentos sociales no vislumbran esa realidad?
La respuesta quizás esté en los espacios ocultos de poder. En la instauración de un modelo social de apatía, donde el monocultivo de la soja no es más que un reflejo biológico del monolenguaje de la publicidad y el consumo. Donde no hay más verdes que el de la soja, como no hay más colores que los impuestos por las efímeras modas impuestas por las grandes tiendas.
La libertad y la igualdad soñada por los hacedores de la Revolución Francesa parece no haber llegado a nacer. O simplemente ser una realidad para el conjunto de corporaciones que hoy hacen trizas el poder de los Estados Nación. La solidaridad, parece haberse olvidado. Es que nadie imagina más solidaridad en las corporaciones que el lucro en el corto plazo. No importa cuántos mueran de hambre. Lo que importa, como dice Ribeiro, es la ganancia.
Me pregunto entonces si aún tenemos una soberanía nacional. Si somos capaces como sociedad de discutir nuestro modelo productivo. Nuestro presente. Nuestro futuro. Soy pesimista. Las discusiones  exaltadas por los medios masivos y de las que todos los días nos hacemos eco no son más que meras simulaciones.
Así, el futuro, de la Argentina, de mi patria y de mis sueños no serán más que semillas ilusorias, apuntando hacia la China, con el traje oculto de las multinacionales de turno,

































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